MERCOSUR: ¿Un “lastre” o un reflejo de la crisis de voluntad de cooperación internacional?
Por Lisandro MOGLIATI – Lic. en Gestión de Negocios Internacionales (UNR)
Paradójicamente, al mismo tiempo que se celebran los 30 años de haber suscrito el “Tratado de Asunción” que diera lugar a la conformación del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), que tiene como miembros plenos a Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay; sobrevino un planteo (ya reiterativo en el tiempo por parte de algunos Estados Parte) acerca de que el MERCOSUR es más bien un “lastre” (así definido por el Presidente del Uruguay – Lacalle Pou-) o un “corcet” para los países que lo integran más que un acuerdo de mutuo beneficio.
Qué quiere decir Lacalle Pou con estas definiciones? Lo que el Presidente de Uruguay expresa, tiene estrecha vinculación con un aspecto fundacional del MERCOSUR que por la tipología del acuerdo regional no le permite a sus miembros, de manera autónoma, suscribir acuerdos bilaterales de libre comercio y manejar, de manera discrecional, una política arancelaria autónoma.
Por qué no tienen los Estados Parte esta “libertad de acción”? Porque el MERCOSUR establece la fijación de un “arancel externo común” que exige que cualquier negociación de aranceles con terceros países u otros acuerdos regionales, se realice como bloque integrado (ej. la negociación UNION EUROPEA – MERCOSUR), vedando la posibilidad de hacerlo en forma unilateral a sus miembros.
El AEC (arancel externo común) es, entre tantas otras, una de las características principales de un acuerdo como el MERCOSUR que prevé establecer una unión aduanera entre sus miembros.
Esto implica que tanto Brasil, como Argentina, Uruguay y Paraguay, deban manejarse con una misma carga arancelaria a las importaciones procedentes de terceros países, sea Europa, Asia, Estados Unidos o cualquier otro origen “extraMercosur” a la hora de establecer tarifas externas debe haber un consenso entre sus miembros (expresado en la fijación de ese AEC) y ninguno de ellos, por separado, está facultado a negociar acuerdos bilaterales que modifiquen las tarifas arancelarias establecidas regionalmente.
En relación a ello, tanto Brasil como Uruguay, están planteando una política arancelaria orientada a terceros mercados más laxa, con alícuotas más reducidas, tendiendo a la liberalización comercial, la posición argentina, en cambio, tiende a mantener los aranceles más elevados, evitando así que las importaciones procedentes de terceros países o bloques, afecten aún más a la industria local, con productos importados relativamente más bajos a raíz de la baja arancelaria propuesta por Brasil y que Uruguay acompaña.
A esto refiere el “corcet” o “lastre” que describe Lacalle Pou, que expresa, en coincidencia con Bolsonaro, un MERCOSUR “light”, más bien devenido en un “spaghetti bowl” de múltiples acuerdos de libre comercio que abran y liberen de aranceles el acceso a los mercados regionales.
No resulta extraño que esta postura de flexibilizar el MERCOSUR o transformarlo en un acuerdo más liviano ocurra ahora, justamente estamos viendo a escala global y regional, ejemplos similares donde un componente menos colaborativo y refractario a la integración, se impone por sobre la cooperación genuina, que permitiría, en el caso del MERCOSUR, contar con un bloque político y económico de peso a escala internacional, donde la producción de alimentos, energía y la disponibilidad de recursos naturales que empiezan a escasear (por ejemplo el agua), sean un elemento distintivo de cohesión que potencie y fortalezca el esquema integrador y no que termine favoreciendo la atomización de nuestros países y sus intereses comunes.
El mundo se ha sumergido en un contexto competitivo que rivaliza, con liderazgos de corte nacionalista que promueven más la separación y las divergencias que la cohesión, ejemplos tales como la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y el famoso “Brexit” que dio lugar a la ruptura de la integración en Europa que lleva 70 años ininterrumpidos de avances.
En lo que nos toca a nivel regional, para volver y cerrar la opinión acerca del MERCOSUR, es dable reconocer una serie de aspectos que deberían mejorarse, promoviendo cierta modernización y también alguna flexibilización en los mecanismos del acuerdo, pero la idea de romper o reducirlo a múltiples acuerdos bilaterales de regionalismo abierto donde la libertad de acción de sus miembros, valga la redundancia, “desmembre” y debilite la posición como bloque de unidad que expresa mucho más que un acuerdo comercial, no debería ocurrir, sobre todo en tiempos donde el mundo está sumido en una de las peores crisis globales que se recuerde.